abril 2019


¿Quiénes son nuestros héroes?

A propósito de Los niños de Aquitania, para conmemorar el Día del Idioma, en sesión especial del “Taller de la Palabra”, de la Facultad de Educación de la Universidad de Antioquia

Ángel Galeano Higua

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«Un héroe no tiene porqué seguir siendo un hombre con un arma en la mano o un delincuente vestido con trajes de etiqueta. Los héroes no son los poderosos, los victimarios, puesto que todo lo han usurpado, ¿qué gracia tienen? La literatura no puede ser soporte de la perversión». Ángel Galeano Higua (Fotografía de Hermes Pineda Santis, Editada)

Algo de génesis

Corría el año 1993 y yo hacía parte de un programa cultural auspiciado por una Fundación para la niñez, cuyo propósito consistía en llevar a varios municipios de Antioquia programas de integración y capacitación para líderes de las comunidades, tendientes a beneficiar a los niños. Para ello un grupo de profesionales asesoraban a las madres en la elaboración de proyectos agrícolas partiendo de las necesidades locales, alfabetización, salud, lectura y recreación.

Hacía poco yo había regresado del Sur de Bolívar, huyendo de la violencia guerrillera, paramilitar y de los narcos.

Nunca tuvimos el apoyo de las autoridades, quienes buscaron la forma de obstaculizar nuestros proyectos y destruirnos en alianza con los políticos corruptos. Dio la casualidad de que en una conferencia que hice en Cartagena sobre la experiencia de los “pies descalzos en el Sur de Bolívar”, invitado por una entidad altruista preocupada por la juventud y la familia, se hallaban presentes algunas directivas de esa Fundación para la niñez y me invitaron a desarrollar algo similar en Antioquia. Así fue como me involucré en esas largas correrías por pueblos y caseríos apartados llevando libros, proyector de filminas y muchos lápices, cuadernos y sacapuntas. Una de esas comunidades fue la de Aquitania, en el oriente antioqueño, en el municipio de San Francisco, una de las zonas más golpeadas por la violencia. También atendí la ribera del río Samaná, Granada, Yarumal, Sonsón, Gómez Plata (Chilimaco), El Carmen de Viboral, San Rafael, entre otras. Y varios barrios marginales de Medellín, donde los enfrentamientos armados entre las bandas de sicarios de los narcos, eran brutales.

Muchas veces tuvimos que ocultarnos con los niños y los jóvenes en medio de las balaceras. Recuerdo que tuve que comprar un seguro de vida, pensando en mi familia.
En este marco han nacido varios ejercicios escritos, uno de ellos es este que he titulado, “Los niños de Aquitania”.

 

Escribir, una forma de comprender

Traía una rica carga del Sur de Bolívar que tuve el tino de recopilar en su momento, en innumerables libretas, cuadernos, hojas sueltas. Lo mismo en fotografías y grabaciones. Porque los testimonios son materiales fundamentales que sustentan los hechos y ayudan a la creación literaria, incluido el periodismo. Tengo un archivo de miles de fotografías de todo tipo, filminas, videos en diversos formatos, audios, que no sé cuándo podré sistematizar.

De la serie Niños. Carboncillo de Omar Ruiz.

Pero lo más importante para mi caso, era que escribir me ayudaba a comprender mejor el gran conflicto que vive nuestro país. Tomar notas en el campo mismo de los sucesos, fotografías o grabar una conversación, ha sido una constante en esta búsqueda. Casi de manera instintiva tomo una fotografía o grabo, como complemento a mi memoria. A mi pensamiento. De lo que me conmociona y ejerce una gran atracción. Puede partir de una noticia, un rostro, una voz, una idea, una lectura, y siento la necesidad de atraparlo para mi arsenal y averiguarlo. Es mi Diario literario en acción. Quiero ser un cronista de lo invisible y anónimo que encuentro a mi paso.

 

El viaje como narración

En su significación más profunda, el viaje es la fuente primordial de toda narración. Más que un traslado físico, el viaje auténtico es experiencia literaria y artística, cosmogónica. Como ritual de iniciación tiene la importancia de desmitificar un mundo pre-establecido. La verdadera esencia del viaje es transformar y ser transformado, esculcar una cosmovisión y en este sentido viajar es narrar, sin olvidar que el viaje más profundo es el que se hace para llegar a sí mismo. El Arte y la literatura son universos creativos desde los cuales esta experiencia es ineludible.

Los niños de Aquitania es el fruto de ese doble viaje. Sucedido en la última década del siglo pasado, no ha cesado para mí. Escribirlo ha sido una aventura de la memoria cada día más diversa. Es un holograma del destino que vive nuestro país y a la vez un punto de quiebre en mi experiencia personal. Confluyen en este episodio las leyes que hacen singular a nuestra sociedad. El encuentro fatal de los extremismos, la carencia de un sentido crítico, la ausencia del Estado y el tenebroso poder de quienes gobiernan a Colombia desde siempre. Y la población inerme e ignorante, desarticulada y sin canales de comunicación propios. Es decir, sin ninguna autonomía. Los intentos de varias comunidades para organizarse de manera civilizada y moderna, todavía están muy incipientes. Pero de ese gran salto depende el futuro de Colombia.

 

El dolor como fuente de creación

Los niños de Aquitania es un rompecabezas. He tenido que hacer muchos ejercicios y sé que estoy muy lejos de la obra que los hechos merecen y de la perfección literaria que persigo. Los apuntes que me he atrevido a publicar ahora, corresponden a la necesidad de liberar algo para poder soportar mejor la espera creativa. Los he publicado porque necesito ayuda crítica de los lectores. Llega un momento en que una historia requiere de la participación activa del lector en su arduo papel también de escritor. Esta es una historia que no me pertenece. Al aprendiz de escritor no le pertenece nada, excepto la búsqueda de su estilo, de su voz. Lo demás lo toma prestado de la vida, de los caminos, de los seres que pueblan este planeta y de sus propios fantasmas, siendo su conciencia e inconsciencia, sus fantasmas más aguerridos e invisibles.

No sé cuántas veces he escrito esta historia. En ese sentido es el mismo ejercicio de cuando uno quiere contar un amanecer, una luna llena, unos labios rojos, la suavidad de una piel, el delirio de una danza… El ruido inesperado en mitad de la noche… La duda o la certeza de que algo nos acorrala. Y cada vez parece la primera.

El asunto liminar de Los niños de Aquitania tiene que ver con que en esta historia la fuente de creación es el dolor. Más que los momentos de alegría, que son efímeros, es la angustia, la desgracia, lo que atiza la lucha por sobrevivir. En el espejismo de la alegría muchos te rodean, dicen ser tus amigos. En cambio, en el dolor y la derrota, estás solo. Ahí es donde tu talento, tu coraje y tu inteligencia se ponen a prueba. Sin dolor no hay creación, como todo parto. De nada sirven las cesáreas en el Arte, ni las fecundaciones in vitro.

 

¿Quiénes son nuestros héroes?

Para terminar estos apuntes desordenados, quisiera compartir una inquietud que se desgaja de este aprendizaje.

De la serie niños. Omar Ruiz, carboncillo.

Se trata de esos personajes que encarnan lo sublime en un momento determinado y son capaces de sobrepasar su propia existencia. Como si se desprendieran de sí mismos para protagonizar verdaderas hazañas. No el arquetipo del héroe ya trajinado durante más de dos mil años y que Kafka se atrevió a reemplazar por otros menos espectaculares, pero más profundos y peligrosos, más incisivos y dramáticos, porque hicieron el viaje al interior de ellos. Con Gregorio Samsa partió la literatura en dos. La historias se trasladaron a otros campos de batalla, protagonistas sin tropas qué comandar, nada más sus delirantes huestes de fantasmas para tratar de averiguar quiénes somos y qué destino podemos atrapar. Un héroe no tiene porqué seguir siendo un hombre con un arma en la mano o un delincuente vestido con trajes de etiqueta. Los héroes no son los poderosos, los victimarios, puesto que todo lo han usurpado, ¿qué gracia tienen? La literatura no puede ser soporte de la perversión.

Y lo que he vivido con este ejercicio de dos largas décadas, es que los héroes son los niños. Fueron en la escena real vivida y así entraron en mi memoria y en mi corazón detonando la necesidad de contarlo. Es a esa pequeña pandilla de niños que le dedico este escrito. Hoy serán padres de familia y ni siquiera tendrán noticia de la existencia de este libro, quizás hasta la hayan olvidado, porque cuando somos niños no sabemos que existimos, y lo que hacemos está en concordancia con el asombro de hallarnos en este planeta sin haber sido consultados, como dijera el gran Héctor Rojas Herazo.

Los héroes en los dos primeros ejercicios de este pequeño libro, son los niños. Es mi gran descubrimiento y a ellos se lo dedico. Aspiro a ir hasta Aquitania para entregarles en sus manos, a cada uno esos niños de entonces, esta historia que tomé prestada de ellos y agradecerles que me hubieran salvado la vida, porque en aquella ocasión fue imposible hacerlo.

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Texto leído el miércoles 24 de abril durante la presentación del libro Los niños de Aquitania, para conmemorar el Día del Idioma, en sesión especial del «Taller de la Palabra», de la Facultad de Educación de la Universidad de Antioquia. Este libro hace parte de la Colección El Aprendiz de Brujo de la FUNDACIÓN ARTE & CIENCIA de Medellín.