Depredación del escudo
Ángel Galeano Higua


De niño me enseñaron en la escuela, en clase de Historia Patria, que hubo un tiempo en que Panamá hacía parte de Colombia, lo mismo que Ecuador y Venezuela. Que las insignias patrias eran el escudo, el himno y la bandera, donde se expresaban el espíritu y las riquezas naturales del país. Los pintábamos a color. En la secundaria supimos que a Panamá lo habían vendido por lo lejos que quedaba de Bogotá y porque eso de construir un canal no iba con nuestros gobernantes, mejor que lo hicieran otros y que se quedaran con esos terrenos tan pantanosos y malsanos. Que los 25 millones de dólares se los depositaran sin tener que mover un dedo. Y así pasamos los años de estudiantes, una vida entera, hasta que un buen día, no hace mucho, en plena peste planetaria, llegó a nuestras manos por obra y gracia de Conrado Zuluaga, el libro titulado Un camino entre dos mares, escrito por el estadounidense David McCullough, historiador, escritor y profesor, de quien no habíamos oído hablar antes. La creación del canal de Panamá, dice el subtítulo. De inmediato Carmen Beatriz y yo lo incluimos en nuestro arsenal de lecturas que disfrutamos desde hace varios años, cada mañana, antes del desayuno.

“La creación del canal de Panamá fue mucho más que una portentosa obra de ingeniería sin precedentes. Fue un acontecimiento histórico de gran importancia y un drama humano arrollador, muy semejante al de una guerra”, así comienza el Prólogo escrito en 1976.
Y a fe que sí lo es. El asombro nos inundó desde el comienzo, desde la portada misma. El prefacio, una cita de Theodore Roosevelt, lo remacha:
“Es mucho mejor atreverse a realizar cosas grandiosas, lograr triunfos gloriosos, aunque estén salpicados de fracasos, que alinearse con esos pobres espíritus que ni gozan ni sufren demasiado porque viven en la penumbra gris donde no se conoce la victoria ni la derrota”.
No hay nada inventado en el libro, asegura McCullough, curtido historiador, poseedor de un excelente estilo que hace de éste un tema apasionante. Aunque a muchos lectores les parezcan recreaciones fantásticas, dice, no lo son. Se trató de una formidable expedición en “uno de los rincones más salvajes y menos conocidos del mundo”.
El libro constituye una obra clave para comprender los vaivenes de la construcción del Canal y el desmembramiento del mapa de Colombia como consecuencia de la ineptitud, raquítica visión y desmedida ambición de los gobernantes de nuestro país, así como del poderío norteamericano que agrietó nuestras fronteras a punta de acorazados y dólares.
Unir los dos océanos parecía una ilusión inalcanzable, pero se convirtió en una necesidad para el comercio y la comunicación mundial. Así como fue el Canal de Suez, en Egipto. Las dos posibilidades eran abrir el canal en Nicaragua o en Panamá. Después de muchos lobby internacionales, se impuso la propuesta del istmo.
De Lesseps, considerado una de las personalidades más sobresalientes del siglo XIX, había dirigido la construcción del Canal de Suez y fue llamado a jugar su papel en Panamá, pero las condiciones eran muy diferentes.
El libro narra cómo al principio el ferrocarril de vagones amarillos de Panamá fue considerado la pauta principal para guiarse en la ruta del canal. Una primera expedición de los franceses presentó su informe a Lesseps quien lo descalificó de entrada, porque él solo era partidario de un canal a nivel del mar, sin esclusas ni túneles y que siguiera la ruta del ferrocarril. Gustave Eiffel, el de la famosa torre de París, fue consultado y opinó lo contrario. En este tejemaneje sucedió la desmembración de Panamá de la República de Colombia, como “necesidad” para los norteamericanos que habían llegado con todo el empuje y se apersonaron del proyecto. La nueva República de Panamá, cuyo portavoz fue el francés Philippe-Jean Bunau-Varilla, concedió todos los derechos a perpetuidad a los Estados Unidos.
McCullough pinta la Bogotá de entonces: “una de las ciudades más inaccesibles de la faz de la tierra. De la ciudad de Panamá a Bogotá solía hacerse un viaje en 1876 de tres o incluso cuatro semanas, aunque la distancia en línea recta no era de más de 805 kilómetros… Bogotá era muy distinta de Panamá: una ciudad de piedra gris enclavada sobre una meseta de 2622 metros de altura bordeada por dos de las tres ingentes cadenas montañosas de los Andes que dividen a Colombia como los dedos de un gigante”… un cielo siempre cubierto de nubes, la gente solemne y empobrecida vestida de negro y “una clase dirigente formada por los banqueros, eruditos y poetas que hablaban el castellano más perfecto que se podía escuchar en América Latina”.
El relato del despojo de este importante departamento colombiano es uno de los temas que más impactó del libro. Escrito con belleza y rigurosidad al detalle, a veces parece una novela. La primera ciudad de Panamá fue fundada en 1519, seis años después de que Balboa descubriera el Océano Pacífico. “por un individuo traicionero llamado Pedro Arias de Dávila, mejor conocido como Pedrarias, que había sido Gobernador de Castilla de Oro…” que fraguó un juicio contra Balboa y lo hizo decapitar.
“Panamá es una palabra de los indios cueva que significa lugar de muchos pescados” y fue un cruce de caminos fundamental para España en su conquista y colonización.

En fin, esta obra trata sobre el formidable trabajo que significó mover miles de toneladas de tierra y agua, la increíble cantidad de máquinas y trabajadores, la lucha contra las enfermedades como la malaria, el clima malsano… Nunca se sabrá cuántos miles de obreros murieron allí y cuántos quedaron mutilados. Las astronómicas sumas de dinero que se invirtieron, las tensiones entre naciones…


Al final inquieta, por lo menos, ver cómo nuestro escudo se quedó en el pasado. Algún día necesitaremos actualizarlo para no seguir cargando con ese episodio vergonzoso. Para ello es urgente tomar en serio el restablecimiento de la cátedra de Historia del Colombia en las instituciones educativas, que dejó de ser autónoma en 1984 bajo el gobierno de Belisario Betancur, y fue eliminada en forma definitiva del pénsum escolar en 1994. Sólo hasta 2017 empezó de nuevo a ser implementada como obligatoria en todos los colegios.
No recuerdo cuántos meses invertimos leyendo este magnífico libro, pero cada día queríamos que no se acabara nunca. Es de esas obras que nos atrapan desde el primer renglón por el tema y la forma en que está escrito. La sustentación biográfica y las ilustraciones, los mapas y fotografías, constituyen un libro de obligatoria lectura para quienes queremos aprender más y más de nuestro pasado como nación. Recomendado por completo para los espíritus libres que disfrutan la lectura de grandes obras y sin afán.

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Ver prólogo del libro escrito por David McCullough: http://www.librosmaravillosos.com/uncaminoentredosmares/index.html